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VIAJE A TURQUÍA

Han pasado dos semanas ya desde que nuestro equipo de voluntarios regresara de su viaje a Turquía, a donde acudimos para ayudar a paliar los efectos de la catástrofe natural vivida. Sin embargo, en las retinas de quienes allí estuvieron aún permanecen las miradas de incomprensión de los que lo perdieron todo, las ruinas de lo que había sido una ciudad, y un pueblo volcado en la recuperación de su país.

Por ello, desde Conexión: Creando Puentes queremos haceros llegar el testimonio de lo presenciado durante nuestro viaje. Una iniciativa que comenzó cuando, interesados por los familiares de nuestros alumnos afectados por los terremotos del 6 de febrero, recibimos numerosos mensajes y llamadas informándonos de la devastación que se posaba sobre Siria y Turquía.

El objetivo principal de esta ONG es la enseñanza de idiomas a migrantes y refugiados; sin embargo, quienes nos conocen, saben que en el corazón de nuestros voluntarios existe un sentimiento aún mayor que no entiende de límites: la solidaridad con quienes lo necesitan. Por eso, valiéndonos de nuestro espíritu colaborador, creamos una pequeña comisión liderada por la directora de la asociación con una única meta: ayudar a las personas afectadas en Turquía.

Aunque no fue fácil, la generosidad y empatía de nuestros donantes nos permitieron recaudar los fondos necesarios para llevar nuestro apoyo humanitario allí. Por eso, hoy agradecemos con especial cariño a todos aquellos que pusieron su vida en pausa para viajar hasta el país turco, a todos aquellos que financiaron con su aportación nuestro desplazamiento, a todos los alumnos que nos facilitaron contactos y señas, y, en definitiva, a todos quienes nos permitieron ayudar donde hace falta.

Con los recursos económicos y materiales conseguidos volamos a Estambul, desde donde partimos hacia nuestro destino: Şanlıurfa. Esta ciudad, ubicada a unos 50 Km de Siria al este de Turquía, es una de las más castigadas por la actividad sísmica (después del área del epicentro). Al llegar a ella, la realidad del lugar nos hizo conscientes de la pesadilla que allí se vivía. Un ejemplo de ello fue el bloque de pisos que el mismo día que llegamos se derrumbó, hiriendo a personas que intentaban rescatar algunas de las pocas pertenencias que no habían sido destruidas todavía.

Los escombros y las cintas perimetrales que rodeaban edificios afectados por el sisma permitían intuir una ciudad en constante peligro y recordaban la desgracia vivida. Cualquier estimación hecha había sido insuficiente. Sin embargo, frente al amasijo de esperanzas rotas percibimos otro denominador común: la cooperación. Por los barrios conocimos a afectados que compartían lo poco que tenían como hermanos.

Ante ello, aún más fuimos conscientes de que solo colaborando nuestra ayuda podría ser más efectiva, por lo que nos pusimos en contacto con equipos locales y médicos para aunar fuerzas. Esto nos llevó a pasar nuestra primera tarde en un área de la ciudad destinada para acoger a aproximadamente mil desplazados procedentes de Kahramanmaraş, el epicentro de los terremotos. En cuestión de días se habían improvisado puntos de hospedaje en lo que antes habían sido guarderías. El hacinamiento alcanzaba cotas inhumanas como casas de tres habitaciones y un aseo para 45 personas.

         

No obstante, el mayor reto llegaba al intentar alimentar a todas las personas en una situación como esa. Con el objetivo de dar comida a toda esa población, se había improvisado una cocina para garantizar un plato gratis de arroz y alubias por persona al día. Para ello, ciudadanos y cooperantes comenzaban sus jornadas a las ocho de la mañana. Ante tal situación, nuestro equipo no dudó en destinar parte de los recursos económicos conseguidos en comprar otros alimentos necesarios como pollo, yogures líquidos, verdura y pan para que, tras ser cocinados, fueran repartidos durante el último día de nuestra estancia a 1300 personas.

      

La situación era difícil, y los testimonios desgarradores. Aquellas personas habían tenido que dejar atrás sus ciudades de repente, sabiendo que bajo los escombros de donde un día vivieron podrían aún estar atrapados familiares y amigos, encaminándose a una población desconocida, sin hogar, sin recursos económicos. Por ello, era común toparse con innumerables casos de personas que se veían forzadas a empezar una nueva vida de cero. Entre ellos, recordamos el de un hombre que se encontraba en una casa de acogida, y mientras compartíamos una jarra de té nos contó que acababa de perder a su mujer, sus tres hijos, su padre y su hermano. Junto a él, su madre y su hermana permanecían aún en shock.

Otros afectados: los niños, perseguidos por pesadillas tras lo acontecido y en búsqueda de seguridad. Adolescentes sirios como Omran, de dieciséis años, había sido trasladado a Şanlıurfa y lamentaba la condición en la que ahora se veía obligado a vivir. Nuestra ONG, queriendo sembrar en él la semilla de la esperanza, le donó un teléfono móvil con acceso a internet para que pudiera estudiar inglés a través de nuestras clases.

     

Durante el segundo y tercer día, junto con ANSAR, otras de las ONG que actúa en Gaziantep, Şanlıurfa y otras ciudades turcas, acudimos a tres campos de refugiados para colaborar. En el primero, poblado por aproximadamente setenta personas, pudimos repartir zapatos para todos los niños y mantas para las familias, ya que otra realidad de los desplazados es la carencia de ropa. También allí conocimos a Ariem, una adolescente de catorce años que, como Omran, veía su formación académica paralizada de la noche a la mañana; y, de nuevo, como hicimos con el joven sirio, pudimos facilitarle otro teléfono con el que poder asistir a nuestras clases de inglés.

En el segundo campo, entre las ciento cincuenta personas que allí se cobijaban, coincidimos con una mujer que necesitaba leche materna para alimentar a su hijo nacido justo antes de los terremotos. Por fortuna, los recursos conseguidos nos permitieron comprarle leche en polvo para tres meses. Precisamente este lugar albergaba un alto número de niños de escasa edad, cuyas vidas se habían paralizado también, y no auguraban un retorno a la normalidad temprano ni sencillo. Por ello, junto con ANSAR, nos propusimos cofinanciar la instalación de una carpa que sirva de escuela para todos ellos.

En el tercer campo (con más de 700 refugiados) encontramos la misma situación de desolación e incertidumbre, así como la misma falta de recursos básicos como lavabos o cocinas. Allí permanecían sabiendo que la espera sería larga, ya que las labores de reconstrucción requieren de la limpieza de escombros previa y una inversión importante por parte del gobierno local. Así que de momento, con la ayuda de organizaciones internacionales, el gobierno está recaudando dinero para viviendas prefabricadas en la que puedan vivir los desplazados de manera temporal (cada vivienda cuesta 5000 euros). Otras familias, en cambio, acababan de ser reubicadas en pisos vacíos que no se habían visto afectados por los seísmos. Sin embargo, la necesidad se les presentaba en forma de electrodomésticos y muebles, por lo que nuestra ONG compró una nevera y lavadora a unas de las familias numerosas que conocimos.

 

Los días sucedieron y nuestro viaje llegó a su fin en Estambul, donde acabamos de repartir nuestros últimos recursos. Hoy, conscientes de que la realidad sigue siendo igual de dura en la península de Anatolia, Conexión: Creando Puentes continúa trabajando por conseguir obtener frutos para paliar la situación a través de las iniciativas puestas en marchas con otras entidades como Pelda y Borders of Love. Nuestras manos siguen al servicio de la ayuda de los necesitados.

Javier A. San José Chocano

31 de marzo de 2023

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